Israel Hernández
Veracruz, Ver.
México
¿Te has
imaginado cuánto extrañarías a tus hijos si no los vieras 3 meses?
¿Qué
estarías dispuesto a hacer para asegurarles comida, educación y atención
médica?
Lisandro
González Serrano no se detuvo para cuestionarse si valía la pena arriesgar la
vida con tal de que sus hijas tuvieran una vida digna.
Aun cuando
existía la posibilidad de no volver a ver a Perla y Karla, tomó la decisión de
aventurarse -como diariamente lo hacen miles de centroamericanos- en busca de
lo que para muchos se ha convertido en la "pesadilla" americana.
Originario
de Santa Rosa de Copán, Honduras, el pasado 4 de marzo, Lisandro empeñó su
propia felicidad por lograr la felicidad de sus más grandes amores.
El amor que
dejó en los besos de despedida, dice, aún lo trae consigo y lo ha mantenido de
pie durante los 3 meses y medio de travesía por Guatemala y México.
"No se
pudo, llegué hasta Nuevo Laredo pero ahí tuve bronca y ahora voy de
regreso".
Debajo del
puente de la avenida Miguel Ángel de Quevedo, al lado de otros 4 migrantes pide
ayuda, una moneda para juntar lo del pasaje, una fruta para engañar a la panza.
Delgado,
piel clara, cabello castaño descuidado, porta una playera de los Pumas de la
UNAM. Cuenta que se la regalaron en Ixtepec, Oaxaca, cuando viajaba hacia el
norte.
Lisandro abandonó El Salvador porque no había otra camino mas que convertirse en pandillero./Foto:Wenceslao Fuentes. |
Sentado
frente a las vías, mientras fuma y tira la ceniza entre la piedra que evade el
sol del mediodía, revela que su esposa Marcela y las dos pequeñas que procreó
con ella viven en Sonsonate, una pequeña ciudad al oeste de la ciudad de San
Salvador.
"Dejé
Honduras a los 14 años y en El Salvador conocí a mujer. Allí me quedé pero me
cansé. No es fácil poder conseguir dinero y darle a los tuyos lo mejor, por eso
vine".
Lisandro
está acostumbrado a los sacrificios: abandonó su patria porque en Santa Rosa no
había otra camino mas que convertirse en pandillero.
Prefirió la
tranquilidad y la búsqueda de un buen trabajo a cambio de distanciarse de sus
padres y 7 hermanos.
Sabe que
tuvo suerte de llegar hasta Nuevo Laredo, Tamaulipas. Lo que pasa en el sur de
Veracruz, insiste, no es cosa de juego. Pese a internarse en México, sin el
objetivo cumplido, decidió retornar a casa.
"Es
algo duro, se necesita dinero y valor, no sé si lo volvería a hacer (...) Ahora
lo único que quiero es regresar con mis chiquitas y ver qué puedo hacer
allá".
Para
conseguir dinero suficiente para mandar a sus hijas de 3 y un año,
respectivamente, asegura que no importa recorrer miles de kilómetros
arriba de La Bestia o de autobuses de segunda clase, mucho menos traer el
estómago lleno de hambre.
"Vengo
de Tehuacán y ayer dormí en la central de autobuses. La gente aquí es buena,
tengo fe en llegar pronto a casa, ellas me esperan, me lo dijeron hace 15 días
por teléfono", dice y una sonrisa asalta el rostro del joven de 23 años.
*Texto publicado en junio de 2014.
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